Con mucho empeño y sin desistir conseguí un trabajo en el que me sentía a gusto. Tardé meses. Al principio estuve trabajando en una casa de una anciana; la señora era encantadora pero el trabajo no me resultaba rentable así que decidí buscar otro trabajo y al cabo de dos meses lo encontré; se trataba de una residencia de ancianos y consistía en entretenerlos y hacer que se sintieran a gusto allí, que pasaran su estancia lejos de su familia de la forma más amena posible. Este trabajo era diferente al anterior porque ya suponía tener un horario fijo y un sueldo mucho mayor al que ganaba antes. Además me hacía sentir realizada al saber que estaba haciendo algo bueno para gente que realmente lo necesitaba
Llevo ya casi dos meses trabajando en este lugar y cada día me gusta más; cada mañana me levanto feliz porque sé que voy a hacer algo que me gusta y que lo voy a hacer con gente a la que la he cogido mucho cariño. Las personas mayores pueden llegar a ser las personas más encantadoras y agradecidas que pueda haber en este mundo, además puedes aprender muchísimo de ellas y saber cómo era la vida antes, lo mal que lo han pasado, cómo consiguieron sobrevivir y un largo etcétera.
Yo nunca imaginé que me iba a acomodar tan fácilmente y que podía llegar a sentirme así en tan poco tiempo.
La verdad es que, además de los ancianos, la gente del trabajo también me recibió con los brazos abiertos, sobre todo él, Julián, un hombre de 28 años, que ha sido el que más ha hecho por mi integración en el trabajo y en la ciudad. Se preocupó por enseñarme la ciudad, explicándome la historia de cada monumento. También quiso presentarme a su grupo de amigos e incluirme en él para que así yo, en mi tiempo libre, pudiera tener a gente con las que pasar un buen rato, contarles mis inquietudes, mis penas y mis alegrías y la verdad es que ellos se han portado increíblemente genial conmigo también; los conozco desde hace poco pero ya puedo decir sin ningún problema que son mis amigos
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